Gisela Mancuso
Libros propios
“Pero con los toros nunca se sabe.
Toman carrera y nunca se sabe.
Te ven roja y sos azul
y nunca se sabe:
la tortura es que nunca se sabe.
Así empezó todo una vez:
empezó con no saber si, por algún mínimo descuido, papá mataría finalmente a mamá o mamá me mataría finalmente a mí. O yo moriría al verlos no quererse. Ver no quererse a dos es lo que más me duele cuando lo veo ahora.
Los mismos toros
que ya horadaron
prometen más inminencia:
así empieza todo una vez”.
¿Por qué, si los seres humanos vivimos construyéndoles sentidos a nuestras vidas, discursos a nuestras vidas, una autobiografía no es, en tanto reformulación estética, una ficción más que agrupa lo que vamos armando con el sentido? Yendo más lejos, ¿por qué no admitir que la escritura, aun de lo estrictamente autobiográfico, es también ya una ficción o, como mínimo, una construcción? El marco teórico escogido está, aunque soslayándolo, en esa cornisa: será la forma de composición y de recomposición del acontecimiento autobiográfico las que nos dirán algo de su género. En este orden de ideas, en este ensayo me he propuesto desmitificar la idea de que el hecho autobiográfico remite, invariablemente, a un texto alejado de la ficción, reivindicándome ante esa calificación que lo minimiza y lo aparta de la atribución como obra literaria, no sin ahondar en las particularidades que, entiendo, debe reunir la construcción del hecho vivido para devenir literatura.
En este libro se desarrolla teóricamente el concepto de lo autobiografico, planteando lineamientos innovadores en tanto las escenas de la vida, resignificadas, reconstruidas, se erigen como materia prima de textos narrativos. Se desmitifica la literatura entendiéndola como constructo: por encontrarnos atravesados por el lenguaje, la pluma recurre invariablemente a lo propio. Con anexos de cuadros y de consignas de escritura, Septiembre sin p no es primavera es un libro abierto a la polémica acerca de los cánones narratológicos y, a su vez, un puente para escribir sin los postulados que enmarcan el slogan de lo que debe ser e invitar al lector a paetir desde lo que quiere ser y, en consecuencia, de lo que quiere escribir desde su voz genuina.
Se mece el pelo y un mar de brillos en hebras de sueño descoloca la noche, partida en espejos de luciérnagas de vida instantánea. Entorna los párpados, baja la vista, el aire se sonroja cuando las pestañas lo acarician. Si puede haber aire enamorado, sólo está circundando su piel. Los ojos dejan la luz para sus palabras, las alumbran, en sentido de iluminación y de parto. Los labios abrazan una sonrisa blanca en ritual de rojo horizonte donde un beso aletargado amanece. Las manos vuelan bajo, deshacen quietud en retazos de imaginación. Gotas rojas que trazan estrellas fugaces en la noche que crece delante de su pecho.
Ella escribe. Los mundos nacen, crecen, mueren, envainados en una belleza que palpita a centímetros de su piel, a tiro de mirada de una pantalla. Ella escribe. Y afuera, el mundo se agranda para recibir sus nuevos mundos. Ensancha sus colores, afina sus sonidos y desentumece formas. La espera. Ella pone el punto final y su piel se endulza al calor del regocijo. La noche la deja partir. Sus brazos caen al costado del sueño, todo desmayo de creación acabada.
Ella escribe y yo la amo.
Tapa 1
Tapa 2
Tapa 6
Tapa 1
Una palabra, aun un monosílabo, es una acción, un poner en acto estético el rumiar amante de nuestra sensibilidad.
Mensajes de texto reúne los eslabones sueltos al aire de una piedra que se hace preciosa en la transformación.
De eso se trata, de atrapar palabras, de unirlas, de uncirnos por dentro y cambiar el nombre del vacío y del silencio.
Escribir es una urgencia. Saber sobre qué escribir, solo una intriga. Por eso, estos apuntes intentan guiar a los escritores nóveles en el camino que han decido transitar partiendo de la necesidad. Para que escuchen, antes de explayarse, ese grito que, desde adentro, les pide que llenen una hoja en blanco. Una mirada desde una ventana, un hombre en la parada de un colectivo, el recuerdo de la salsa de la abuela y de las prohibiciones del abuelo, un cuadro, una foto, pueden motivar esas fuerzas invisibles y poderosas de nuestros ánimos para que desde lo real, lo experimentado o recordado, construyamos un personaje verosímil, una historia con alas.
Escribir desde la urgencia, acudir a este libro cuando alguien crea que es escritor, que desea serlo, pero que está girando alrededor de las reglas, sin encontrar cómo transgredirlas partiendo de lo que ya posee, de lo que existe, de lo original
que hay en nuestra historia y frente a todos nuestros sentidos.
Escritura de urgencia fue escrito con urgencia. Después de casi veintiocho años de escribir, de zambullirme en mis textos recreándome y recreándolos, sentí que debía descalzarme, sacarme las medias, sentarme sobre la silla de mimbre y
mostrarles mis huellas no para que acomoden sus zapatos en ellas, sino para que forjen las suyas en su arena blanca. Para que pisen fuerte desde la propia fortaleza y se dispongan a escribir, siempre, el mejor relato del mundo, aunque siempre quede pendiente escribir el mejor relato del mundo. De eso se trata. Que siempre esté pendiente lo mejor que podamos construir con la palabra escrita.
Abrazo mariposa nació para quedarse. Nació hace muchos años a partir de un foro de lectores creado por el diario La Nación, en el que se proponían consignas de escritura que dieran resultado a textos de no más de ciento veinte caracteres. Muchos de los textos que forman parte del libro fueron destacados, premiados y publicados en ese medio. Aunque, nuevamente y por ese camino de continuo progreso que implica el quehacer literario, hoy lo veo y lo leo como algo extraño a mí.
Su título me ha signado para toda la vida: también es continuo el aprendizaje para darse un abrazomariposa, incluso y, en mi caso, por sobre todo, a través de la creación de mundos narrados.
Espinas de una rosa blanca fue mi primer libro. Seguramente, con la estrictez y la disciplina adquiridas en el ejercicio de mi oficio, hoy no lo publicaría, pero en aquel entonces fue el boceto de una ruptura, no solo personal, sino también estilística, los últimos ripios de esas rimas que buscaba con aprecio y tenacidad y que, en definitiva, fueron el preludio de una música que hoy se avizora, a contraluz, en mis textos.